Prevenir la obesidad infantil, según la OMS
La obesidad infantil está alcanzando proporciones alarmantes en muchos países y supone un desafío urgente y serio. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos por las Naciones Unidas en 2015, establecen como prioridad la prevención y el control de enfermedades crónicas. Dentro de estas, la obesidad es un factor de riesgo especialmente preocupante, que tiene el potencial de menoscabar muchos de los beneficios de la salud que han contribuido al incremento de la esperanza de vida.
La prevalencia de la obesidad en niños y adolescentes está aumentando en todo el mundo. En números absolutos, encontramos más niños con sobrepeso y obesidad en países de bajos y medianos ingresos que en los países de altos ingresos. Este grave problema tiene serias implicaciones en la vida del niño, afectando a su bienestar físico, social y psicológico, y es un conocido factor de riesgo de desarrollar enfermedades crónicas y tener obesidad en la adultez.
Así lo afirma la Comisión para acabar con la obesidad infantil de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en un informe (descargar en el siguiente enlace), a través del cual ofrece a los gobiernos una serie de recomendaciones orientadas a revertir la creciente tendencia de los niños menores de cinco años al sobrepeso y la obesidad.
Según alertan los autores, la obesidad durante la infancia tiene graves consecuencias sobre la salud física -complicaciones musculoesqueléticas, ortopédicas, dificultades del sueño, etc.-, y mental -puede conllevar las dificultades emocionales y de la conducta, como depresión, y afectar a su desempeño escolar y sus relaciones sociales-, y constituye una causa directa de morbilidad.
Para hacerle frente, señalan, es necesario abordar “el entorno obesogénico” así como los diferentes elementos críticos del ciclo vital. A este respecto, el documento recuerda que la prevención y el tratamiento de la obesidad requieren de un enfoque global por parte del gobierno, en el que las políticas en todos los sectores tengan en cuenta sistemáticamente la salud, evitando impactos perjudiciales para la misma, y, por lo tanto, mejorar la salud de la población y la equidad sanitaria.
Para tal fin, la Comisión presenta en este informe un paquete completo e integrado de propuestas para hacer frente a la obesidad infantil. El texto recoge las siguientes recomendaciones, que han mostrado ser eficaces, rentables y asequibles según la evidencia científica:
- Promover hábitos alimentarios saludables: los hábitos alimentarios pueden instaurarse desde la infancia y tienen dimensiones biológicas y conductuales. Se recomienda implementar programas integrales que eduquen a los niños y adolescentes en el consumo de alimentos saludables, subrayando la trascendencia de que exista coordinación entre los contextos de los jóvenes (familiar, escolar, social, etc.). De hecho, se aconseja incluir la educación para la salud y la nutrición en los planes de estudios, en el marco de un entorno escolar saludable.
- Fomentar la actividad física: según alerta la OMS, el 81% de los adolescentes no alcanza los 60 minutos de actividad física diaria recomendados. Este panorama pone de relieve la necesidad de un cambio de perspectiva, concediendo la importancia que merece al papel que juega la actividad física, principalmente, por sus múltiples beneficios, entre ellos, la reducción del riesgo de diabetes, de enfermedades cardiovasculares y cáncer, así como la mejora de las habilidades para el aprendizaje, de la salud mental y del bienestar. Por ello, se aconseja la creación de programas integrales orientados a reducir las conductas sedentarias en niños y adolescentes, a través de una serie de recomendaciones dirigidas tanto a los jóvenes como a sus padres, cuidadores, profesores y profesionales de la salud, en las que se aborden diferentes aspectos, tales como el peso, la actividad física o los hábitos de sueño saludables.
- Atención pregestacional y prenatal: el cuidado que una mujer recibe antes, durante y después del embarazo, tiene implicaciones profundas en la salud y el desarrollo de los niños. Ante esta afirmación, el informe sugiere llevar a cabo acciones dirigidas a la atención prenatal y perinatal, de cara a reducir el riesgo de obesidad en la infancia, mediante la detección de posibles enfermedades (hiperglucemia o hipertensión), control del peso, y apoyo para promover hábitos saludables.
- Dieta saludable, hábitos de sueño y actividad física en la primera infancia: se resalta la importancia de fomentar estilos de vida saludables desde muy temprana edad (alimentarios, de sueño, de actividad física, etc.), proporcionando apoyo e información a padres y cuidadores, y señalando la necesidad de llevar a cabo acciones encaminadas a incluir la educación alimentaria dentro del currículum en contextos de educación formal.
- Actividad física y formación en salud y nutrición a niños y adolescentes en edad escolar: en este apartado, se reitera en la conveniencia de crear entornos escolares saludables, educando en salud y nutrición tanto niños y adolescentes como a padres y cuidadores, e incluyendo, si es posible, estas áreas dentro del proyecto curricular de los centros escolares. La participación en una educación física de calidad y de otras formas de actividad física puede contribuir a la mejora de la atención, del control y del procesamiento cognitivo en los niños. Asimismo, puede cambiar el estigma y los estereotipos, reducir síntomas de depresión, y mejorar el desempeño psicosocial.
- Control del peso: es aconsejable ofrecer el apoyo adecuado para el manejo del control de peso a niños y jóvenes con obesidad, a través de intervenciones integrales que incluyan nutrición, actividad física y apoyo psicosocial, llevadas a cabo por un equipo multiprofesional como parte de la cobertura sanitaria universal.
Tal y como figura en el informe, la materialización de las acciones anteriores, es una responsabilidad compartida entre la OMS, las organizaciones internacionales, los estados miembros, las organizaciones no gubernamentales, el sector privado, las fundaciones benéficas y las instituciones académicas, puesto que “sin una implicación común ni una responsabilidad conjunta, las intervenciones rentables y bien planificadas tienen un alcance y un impacto limitados”.
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